martes, 2 de diciembre de 2008

El pequeño Timmy

Mientras María preparaba la cena Timoteo revoloteaba por la cocina con su avión de playmobil, corriendo de un lado para otro.

- Timmy, ¿has acabado de decorar el árbol? – le preguntó su madre mientras picaba las verduras.

- Vooooy – contestó.

Timmy salió corriendo de la cocina, posó el avión en la mesa y se acercó al árbol, sacó los tips, los desenredo, los colocó alrededor del árbol y los enchufó. En cuanto empezaron a parpadear las luces Timmy empezó a brincar alrededor del árbol cantando villancicos.

- ¡Cuando acabes pon la mesa! – le gritó su madre desde la cocina.

Timmy cogió el avión que había dejado encima de la mesa y lo subió a su habitación, regresó al salón y colocó el mantel sobre la mesa y sobre él colocó los cubiertos, todo ello sin parar de cantar villancicos.

El ambiente en el que transcurrió la cena fue totalmente opuesto al de la tarde, el alborozo dio lugar a un silencio sepulcral, solo interrumpido por el chirriar de los cubiertos contra el plato y el burbujeo de la coca-cola.

- Hoy hay que irse pronto a la cama que viene Papá Noel – dijo Timmy rompiendo con la monotonía de la cena – Si no, nos quedamos sin regalos.

- Este año no viene Papá Noel – le contestó su madre con tono seco.

- ¿Por qué no? – replico Timmy con gesto contrariado – Si yo me he portado bien todo el año.

- Lo sé hijo, pero Papá Noel no va venir, Rudolf está muy enfermo y no puede repartir los regalos.

- ¡Eres una mentirosa! – gritó Timmy muy enfadado - ¡Ojalá te hubieras muerto tú!

Timmy se levantó de la mesa y subió corriendo a su cuarto dejando sóla a su madre en la mesa, con los ojos enrojecidos y la vista totalmente nublada por una capa acuosa que se formaba en sus ojos. Cuántas veces se había repetido esas mismas palabras en los últimos siete meses, no era culpa suya que Carlos saliese disparado por el parabrisas del coche, si hubiese llevado el cinto puesto…. Pero no podía evitar sentirse culpable, al fin y al cabo era ella quien conducía, y fue ella quien se despistó sintonizando la emisora de la radio.

- ¡Ojalá me hubiese matado yo! – le gritó - ¡Eso es lo que a ti te hubiera gustado!

Sus gritos no obtuvieron respuesta. Se levantó de la mesa y recogió la mesa dejando la vajilla en el lavaplatos. Después subió a su habitación y se acostó del lado de la cama en el que solía dormir su marido. Desde su muerte le gusta dormir ahí, así se siente más cerca de él.

En el transcurso de la noche un ruido hizo que el pequeño Timmy se despertase. Se levantó de la cama, cogió a Manfred, su elefante de peluche, por una pata, y sin apenas hacer ruido salió de la habitación. Bajó las escaleras con mucho sigilo, aunque el pobre Manfred no opinó lo mismo, ya que su cabeza se fue golpeando escalón tras escalón.

Cuando llegó al salón se detuvo. Enfrente de él había un hombre totalmente vestido de rojo, con un gorro muy navideño, colocando con mucho cuidado unos paquetes bajo el árbol. El hombre se volvió y vio al pequeño Timmy frente a él, inmóvil, sujetando con la mano derecha al bueno de Manfred y vestido con su pijama de Shin Chan, un pijama que le quedaba tan grande que no necesitaba zapatillas para caminar por la casa y en cuyas mangas podría meter dos veces sus bracitos.

- ¿Pa… pá? – fueron las únicas palabras que Timmy pudo articular.

El hombre le esbozó una leve sonrisa que a Timmy le era muy familiar, llevó la mano a la boca y sin perder la sonrisa dijo mientras le guiñaba un ojo:

- Chist

De repente una luz tan cálida como cegadora envolvió todo la habitación. El hombre desapareció sin dejar rastro alguno de su presencia, sólo los paquetes que había dejado en la base del árbol eran testigos de lo que allí había sucedido. Timmy regresó a su habitación.

A la mañana siguiente Timmy se levantó muy temprano, su cabeza seguía dándole vueltas a lo sucedido durante la noche, ¿habrá sido todo un sueño? se preguntaba. Su madre entró en la habitación, estaba muy alterada, muy nerviosa:

- ¡Ven, corre hijo! – le decía mientras se lo llevaba en volandas al salón.

El salón estaba manga por hombro. La madre de Timmy había abierto los paquetes que estaban debajo del árbol hallando juguetes en su interior. Pero no eran unos juguetes cualquiera, si no que eran los que formaban parte de la carta que todos los años escribe Timmy a Papá Noel; una carta que nunca llega a ningún lado, ya que ella siempre se encarga de destruirla. Y eso fue lo que más perpleja le dejó. ¿Cómo podía ser? Es imposible que alguien hubiese leído la carta…, el que dejó los paquetes ahí ¿cómo pudo adivinar cuales eran los juguetes que quería su hijo? No lo entendía

- ¡Es un milagro! – dijo con todo eufórico, aunque sin salir de su asombro.

- No mamá – le contestó Timmy mientras miraba la foto de su padre, que estaba situada sobre una mesita auxiliar – no es un milagro, ha sido Papá Noel

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