lunes, 8 de diciembre de 2008

Cristopher Connor

Cristopher Connor pasó los diez últimos años de su vida en la cárcel, cuatro de ellos en el corredor de la muerte de San Quintín. La noche anterior a su ejecución se le ofreció una última cena a su elección, tras su rechazo se le sirvió la misma que a los demás reclusos: chile, macarrones, verduras, ensaladas, pastel y zumo de pomelo (éste último pedido por él). También rechazó la presencia de un consejero espiritual, pasando la noche totalmente solo.

Durante esos diez años Cristopher se vio involucrado en todas las peleas que se produjeron en la prisión, arrebatándole la vida a cinco reos. A raíz de estos sucesos se empezó a extender el rumor de que había vendido su alma al diablo y que por eso no tenía miedo a morir. Su presencia causaba miedo entre sus compañeros de prisión y respeto entre los funcionarios; nadie se atrevía a acercarse a él y mucho menos a mirarle a los ojos.

Su ejecución estaba programada para las siete de la tarde. Cristopher pasó todo el día recluido en su celda, solo, sin querer recibir a nadie. A las seis y media de la tarde de ese mismo día dos guardas fueron a buscarlo para llevarlo a la sala de ejecuciones.

- Prisionero – dijo uno de ellos –levántese y colóquese en el fondo de la celda.

Cristopher obedeció sin oponer resistencia. Uno de los guardas entro en la celda y le puso los grilletes. Sus manos quedaron esposadas entre sí al igual que sus pies, que también quedaron unidos con las manos por medio de otra cadena. Una vez esposado el guarda salió de la celda.

- Prisionero – dijo el otro guarda – salga de la celda.

Cristopher salió y comenzó su marcha hacia la sala de ejecución custodiado por los dos guardias. Su caminar era lento debido a los grilletes. Una vez allí, fue sentado en la silla eléctrica. El sistema consta de una silla de brazos donde se sienta el reo. Se le sujetan brazos y piernas con correas y se pasa otra en torno al tórax para fijarle bien al sillón. Un casco de cuero cubre su cabeza, rapada previamente. En el interior del casco una esponja empapada en agua y se le tapa la cabeza con una capucha.

Enfrente a él había otra sala, separada de esta por un cristal. En ella había dos filas de asientos; en la primera fila se encontraban sentados los Smith, padres de una de las víctimas de Cristopher. A la derecha de la señora Smith, con dos asientos de separación estaba Roberto Mendoza, hermano de otra víctima. Detrás de este, sentado en la segunda fila, Robert Jonhson, capitán de la policía San Francisco y autor de su detención. Custodiando la puerta, el funcionario de prisiones Ortiz.

Cuando el reloj marcó las siete en punto, el único guarda que quedaba en la sala de ejecución accionó el interruptor produciendo una descarga de 2000 voltios sobre Cristopher, dejándolo inconsciente. Acto seguido otra descarga de 1000 voltios, y como marca la ley, se le volvió a dar otra descarga de 2000 voltios.

Tras la tercera descarga, del cuerpo de Cristopher empezó a brotar un extraño humo que poco a poco se iba transformando en una densa niebla que envolvió toda la sala. La niebla pasó a la otra sala a través de las esquinas del cristal que separaba ambas estancias.

La señora Smith sacó la carcasa de un bolígrafo bic y se lo clavó en el cuello de su marido, saliendo la sangre a borbotones a través del bolígrafo, a modo de pajita. Después volvió a buscar en el bolso y de un pequeño estuche de maquillaje sacó un palito de naranjo para manicuras, y lo usó como palanca para sacarse un ojo y luego el otro, y finalmente se lo clavó a la altura de la tráquea.

Robert Mendoza observaba con perplejidad y asombro toda la escena hasta que sintió como alguien le cogía por la cabeza retorciéndosela hasta partirle el cuello. Ese alguien era el capitán Jonhson, que acto seguido sacó su pistola y disparó sobre la sien del guardia que custodiaba la puerta, dejando sus sesos desparramados por toda la pared. Luego, se disparó en una rodilla, cayendo al suelo boca arriba, alzó la mano con la que no sujetaba la pistola y de un disparo le hizo un agujero por el que se podía ver el techo. Continuó con su macabra mutilación disparándose primero en la rodilla que le quedaba sana y luego otro tiro a la altura del costado; para finalmente colocar el cañón de la pistola en la boca y volver a apretar el gatillo.

Richard, el guarda encargado de la ejecución, observó desde la sala de ejecuciones todo lo que sucedió en la otra estancia, totalmente perplejo, sin ser capaz de reaccionar. Primero vio como todas esas personas se mataban y luego algo que le dejó todavía más impactado. Una vez que los ocupantes de la sala de enfrente se habían quitado la vida, la niebla allí presente se condensó en una esquina de la estancia formando una figura humana que, si sus ojos no le engañaban , hubiera jurado que era Cristopher Connor, algo que era imposible, ya que su cuerpo estaba al lado suya, atado en la silla totalmente inerte.

El ser que formaba la niebla esbozó una amplia sonrisa, miró a los ojos de Richard y se diluyó en el ambiente desapareciendo totalmente.

Desde entonces Richard permanece internado en el Hospital Psiquiátrico de Highland Avenue, ubicado cerca Holly Park. Tras confesar la que había visto fue declarado culpable de los asesinatos y condenado a pasar el resto de sus días en dicho hospital.

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