miércoles, 31 de diciembre de 2008

La ruleta rusa

Han pasado ya doce años y todavía recuerdo aquel día como si fuera ayer. Lo que ocurrió en esa habitación me perseguirá en mis sueños eternamente. Nunca antes le había contado esta historia a nadie, pero ha llegado el momento, necesito confesarlo para hallar la paz.

Como ya he dicho antes , han pasado doce años, era el cumpleaños de Luis y para celebrarlo habíamos alquilado una habitación en un Motel a las afueras de la ciudad. Era el sitio perfecto, por allí nunca pasaba nadie ya que estaba situado en una zona muy tranquila. Recuerdo que eran sobre las ocho cuando nos sentamos alrededor de la mesa. Allí estábamos María, Jorge, Juan, Luis y yo. Nunca entendí por qué invitamos a Jorge, era un tipo al que nadie aguantaba, pero como María insistió tuvimos que aceptarle. La fiesta estaba siendo un total desastre, todos estábamos tensos, sentados alrededor de la mesa, mirándonos sin saber qué decir, sumergidos en un silencio bastante incómodo.

- Tengo una idea – dijo repentinamente Jorge rompiendo el silencio - ¿Sabéis lo que es la ruleta rusa?

La ruleta rusa, ¿quién no sabe lo qué es? Es el clásico juego al que todos quisimos jugar alguna vez pero nunca nos atrevimos a dar el paso, el juego que sirve para medir tu grado de valentía, o mejor dicho, de estupidez.

- ¿Os atrevéis a jugar? – Insistió Jorge

Me asombró ver en todos los rostros de mis compañeros una ceñuda expresión dubitativa. Realmente estábamos sopesando la propuesta.

Una parte de nosotros, la que todavía era capaz de razonar, luchaba por articular el sonoro “NO” que mantendría nuestras vidas a salvo. Pero por otro lado, la excitación de poner en riesgo algo tan preciado como la vida, hacía que la adrenalina fluyese en torrente por nuestros cuerpos, con sólo imaginar cómo sería la experiencia.

- ¡Qué narices! – dijo María – Hemos venido a divertirnos. ¿No queríamos que esta noche fuese inolvidable? Joder, que mejor forma. Venga, que no se diga que sois unos cobardes.

Que María dijese todo eso a nadie le sorprendió, al fin y al cabo, ella estaba colada por Jorge y haría todo lo que él le pidiese. Lo más sorprendente fue que todos los demás nos pusiéramos de acuerdo. Al final, nuestras miradas se cruzaron, con un brillo de emoción. Era una locura pero, íbamos a aceptar el reto. Al menos la noche ganaría interés.

En cuanto Jorge se cercioró de que todos estábamos de acuerdo, sacó de su mochila un revolver y lo puso sobre la mesa.

¿Que qué hacía con un revolver? Lo cierto es que no preguntamos, tampoco queríamos saberlo, sólo pensaba en la sensación de aquel frío tubo metálico apretando mi sien.

- Esto es un revolver Webley MK VI – explicó Jorge – Tiene un cargador de seis balas. Colocaré una en el tambor, le haré girar y comenzaremos. Empezará María, porque está sentada a mí izquierda e iremos en sentido horario ¿De acuerdo?

¿De acuerdo? Cómo es posible que todos nos pusiéramos de acuerdo en semejante atrocidad, pero lo hicimos. Había un detalle del que no me di cuenta hasta que empezó el juego, yo estaba sentado al lado de Jorge, lo que me convertía en penúltimo.

María era una chica de tez pálida, pero esa noche sus mejillas estaban encendidas, fruto de una extraña mezcla de emociones, el deseo y el miedo. Tomó el revólver y con pulso tembloroso lo colocó en su sien derecha. Ninguno de nosotros creíamos que fuera capaz de hacerlo, pero un segundo después apretó el gatillo. Cuando sonó el “click” todos nos removimos en nuestras sillas, todos excepto María que permaneció inmóvil en la suya, con los ojos abiertos como platos, para después soltar una carcajada histérica de alivio.

Luego les tocó a Juan y a Luis. Juan siempre fue un tío valiente, y esa noche así lo demostró. Cogió el revólver y en un movimiento rápido lo posó en la sien apretó el gatillo, tiró con rabia el arma encima de la mesa y se quedó como si nada, la misma sonrisa que al principio de la noche. El caso de Luis fue distinto, al ser el tercero sabía que tenía más posibilidades de volarse la cabeza, pero como confesó al final de la noche, lo hizo porque sabía que Jorge no había colocado ninguna bala en el tambor, que sólo era un juego, por eso cogió el revólver y apretó el gatillo todo confiado, aunque eso sí, cuando sonó el “click” esbozó un suspiro muy sonoro.

Y por fin llegó mi turno, joder, en vaya lío me había metido, yo nunca fui un tipo valiente, pero claro, tampoco quería quedar de cobarde. Así que ahí estaba yo, sentado en mi silla, mirando para el revólver y preguntándome si realmente merecía la pena. Además yo sabía que las posibilidades de que me tocara el balazo ya eran muy elevadas. Por mi cuerpo corrían unos sudores fríos que me tenían totalmente paralizado, mientras mis compañeros esperaban con cierta ansia a que me decidiera, así que respire hondo y me dispuse a coger el revólver. Pero cuando lo iba coger Jorge se me adelanto y se hizo con él.

- ¡Eres un puto cobarde! – me dijo – ya sabía yo que no tenías huevos.

- ¡¡No seas cabrón!! – le dije todo cabreado – Ahora es mi turno, si tantas ganas tienes de volarte la cabeza espera a que te toque.

Mis palabras no sirvieron de nada, Jorge me dedicó una de sus sonrisas más cínicas y se colocó la pistola en la sien. Clavó su vista en la mía y sin perder esa sonrisa tan falsa apretó el gatillo. Sonó un “bang” seco. La bala atravesó su cráneo y se incrustó en la pared. Sus ojos seguían clavados en mi mientras corría la sangre por ambos lados de la cabeza, hasta que finalmente su cuerpo sin vida se derrumbó sobre la mesa tiñéndola de rojo.

Es irónico que la persona que peor me caía por aquella época fuese el que sin querer me salvase la vida. A los demás no los volví a ver desde el entierro de Jorge. Lo único que sé es que desde entonces María pasa la mayoría de los días internada en un psiquiátrico debido a su adicción a los ansiolíticos. De Luis y Juan no he vuelto a saber nada, sus familias abandonaron la ciudad después de lo ocurrido.

En cuanto a mí, ahora vivo la vida con más intensidad. Esa noche comprendí que la suerte era mi aliada, así que lo primero que hice al acabar el instituto fue alistarme en el ejército, en el que dure poco, me echaron porque decían que era un peligro para mí y para el resto de mis compañeros. Así que ahora me dedico a la práctica de deportes de riesgo como puenting, paracaidismo, salto base, snowboard extremo, y un largo etc.

Hoy es día 31 de diciembre y si me he decidido a contar esto ahora es porque es posible que no tenga otra oportunidad. Dentro de unas horas volveré a rememorar los viejos tiempos. Hoy celebramos Fin de Año en casa de Pedro, uno de mis compañeros en la práctica de estos deportes y aprovecharé para proponerles el juego de su vida. Son gente valiente, así que sé que no lo dudarán y querrán participar. Les propondré jugar a la ruleta rusa con dos balas.

Va por ti Jorge.

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