sábado, 1 de noviembre de 2008

Oluap

23 de Octubre, sobre la ciudad está cayendo la peor tormenta eléctrica que se recuerda en los últimos años. Las calles están oscuras, vacías. Dentro, en la cocina todavía se puede respirar el aroma de la cena. La mesa está recogida, la vajilla espera en el lavavajillas.

En el salón, un cuerpo sin vida, está sentado en el sofá, la cabeza apoyada hacia atrás y en sus ojos se puede observar el miedo que paso en sus últimos segundos de vida. De su cuello ha desaparecido la nuez, como si un animal se la hubiera arrebatado de un mordisco, está todo lleno de sangre, sangre que se extiende por toda la camisa y se difumina por el sofá.

En el pasillo, sobre la pared, la foto de una familia, padre, madre y dos hijos, está salpicada de sangre, al igual que los recuerdos que decoran sobre una mesita. En el suelo, el cuerpo de una mujer descansa boca abajo sobre un lecho de sangre. Uno de sus brazos ha sido arrancado y su cuello también esta mordido. Todo su cuerpo está temblando, su respiración es lenta y muy ronca, su cuerpo lucha por sobrevivir pero la vida se le escapa poco a poco, ha perdido mucha sangre y sus fuerzas se van desvaneciendo. Los temblores cesan, la respiración ya no emite ningún ruido, el vínculo que le unía a este mundo se rompió.

Al lado del cuerpo sin vida de la mujer hay una habitación. Está decorada con dos camas gemelas, encima de cada una, sobre la cabecera, dos nombres, Álex y Lucía. Una mesita separa ambas camas, sobre ella una lámpara de Winnie the Pooh. Un armario de color azul cielo haciendo juego con el resto del mobiliario de la habitación, y al fondo una ventana con cortinas de hadas. Las paredes empapeladas con personajes de Disney. En una de las paredes hay una mancha de sangre, gruesa, de unos 40 cm de diámetro. Tiene forma de champiñón, cuyo tallo se desliza hacia el suelo muriendo sobre un cuerpo. Es el cuerpo de una niña, no tendrás más de 3 años. Está sentada, apoyada sobre la pared, su cabeza caída hacia un lado, sus ojos, sin vida, bañados en lágrimas y su cuerpo está abrazado fuertemente a un brazo, un brazo sin dueño.

Enfrente de la habitación de los niños esta el baño. No es muy grande, decorado en blanco con el típico mobiliario Roca. Según se entra a mano derecha está el lavamanos, enfrente el wáter y al fondo la bañera. Está llena, el agua está teñida de rojo y en el fondo se puede observar la silueta de un niño.

Al fondo del pasillo se encuentra la habitación principal. El mobiliario y la decoración son de estilo oriental, las paredes están pintadas de un color difícil de de distinguir, entre verde y rojizo. Oluap está de pie, inmóvil, observando por la ventana, como si estuviera esperando algo, o a alguien. Se aleja de la ventana y se dirige al escritorio que hay a los pies de la cama. Se sienta, coge papel y bolígrafo y escribe:

<< Me llamo Oluap y soy un vampiro. Mi tiempo se acaba y escribo esto para dejar constancia de nuestra existencia. Se han escrito muchas cosas sobre nosotros, algunas ciertas y muchas otras no. Sois nuestro alimento, nos alimentamos de vuestra sangre. No somos hijos del diablo, no, somos humanos, o casi. Nuestra existencia se debe a una combinación de malformaciones genéticas. No nos podéis matar con ajo, no nos convertimos en murciélagos ni dormimos en ataúdes. No somos inmortales pero envejecemos mucho más despacio que cualquiera de vosotros. El Sol no nos afecta, de hecho a mí me encanta tomarlo en la playa con mis hijos. Sí, es verdad, tenemos colmillos y somos excepcionalmente fuertes. Vivimos en la clandestinidad y somos más de lo que os pensáis, es posible que cualquiera de vuestros vecinos sea uno de nosotros. La mayoría de los casos de violencia doméstica de la que tanto se habla ahora no es tal, simplemente se trata de un vampiro alimentándose.

Hijos, algún día sabréis la verdad sobre vuestro padre y entenderéis porque hizo lo que voy hacer. Espero que podáis perdonar a vuestro padre.

Cariño, lo siento. Nunca pude reunir el valor suficiente para contártelo. Lo siento, naci así, esto es algo que yo no elegí. Soy consciente de que existen otras alternativas para alimentarme pero escogí el camino fácil. Soy un asesino, un asesino y pagaré por ello mandando mi alma al infierno, lo sé. Lo siento. Cuida de nuestros hijos y reza porque ellos no hereden esta maldición. Yo lo hago todas las noches. Adiós. >>

Suena el timbre. Oluap se dirige lentamente a abrir. Sale de la habitación, pasa por encima del cadáver de la mujer, atraviesa el salón y llega a la entrada. Está inquieto, preocupado quizás. Es la primera vez en su vida que siente miedo, ahora comprende cómo se sienten sus víctimas. Su fin se acerca y lo sabe. Abre la puerta, del otro lado cuatro individuos. Visten totalmente de negro, portan gabardinas largas, jersey de cuello subido y pantalones de cuero.

- Adelante –dice Olupa – Pasemos a la habitación principal.

Entran sin mediar palabra. De camino a la habitación observar todo lo que les rodea. Sus caras son inexpresivas, como si no fuera la primera vez que ven una masacre como la ocurrida en esa casa. Llegan a la habitación, Oluap se vuelve hacia ellos y dice:

- Os he llamado porque no puedo vivir más así. Los fantasmas de mis víctimas me atormentan. Tengo que poner fin a esto, y vosotros sois los únicos que podéis. Sé que lleváis tiempo intentando cazarme y aquí me tenéis.

- Túmbate en la cama – dice uno de ellos con rostro gélido.

Oluap se tumba. Dos de los cazadores sacan unas cadenas que llevaban ocultas bajo la gabardina. Lo atan fuertemente a la cama. Mientras otro de ellos observa la habitación. Ve la carta que escribió Oluap. La coge. La lee. Saca un mechero del bolsillo izquierdo del pantalón y la quema. Oluap se pone nervioso, se enfada, intenta soltarse de las cadenas pero su esfuerzo es inútil.

- Has destruido muchas vidas y has de pagar por ello – dice un cazador con tono de predicador – Ahora pondremos fin a tu existencia.

- Para eso os he llamado – replica Oluap – Acabemos cuanto antes.

- No tengas prisa – continua diciendo el cazador – Tu fin ya llegó. Ahora morirás y tu alma arderá en el infierno. Luego iremos a tu casa y acabaremos con tu desdendencia.

- ¿Queee? - Grita Oluap mientras intenta soltarse de las cadenas – Ese no era el trato. Dejad a mi familia al margen. Ellos no saben nada de esto

- No podemos. Es posible que alguno de tus hijos haya heredado tu maldición y no podemos arriesgarnos. Han de morir.

Olupa intenta soltarse de las cadenas. Sus muñecas empiezan a sangran debido al esfuerzo por soltarse, sus tobillos también pero el esfuerzo está siendo inútil, las cadenas son muy gruesos y ni su fuerza sobrehumana es capaz de romperlas. Desesperado grita:

- Noooo. No podeis hacerme esto – solloza – mis hijos son inocentes. No po.. por favor dejadlos al margen.

- ¿Dónde está tu dignidad?- dice el predicador – Mírate ahí, llorando como una de tus víctimas. Eres patético - Continua diciendo mientras saca una catana de debajo de la gabardina – Ha llegado tu hora

Los esfuerzos de Oluap por soltarse son en vano. Por su cuerpo recorre una extraña sensación, es como una mezcla de rabia, miedo e impotencia.

El predicador desenvaina la catana, la alza al aire, y ….

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