sábado, 8 de noviembre de 2008

¿Feliz Navidad?

Son las 20:17, es Nochevieja. Diego sale del casino, observa a su alrededor, era de día cuando entró y ya es de noche. La niebla se empieza poco a poco a apoderar de la ciudad, él permanece inmóvil en la puerta, observando, la calle está prácticamente desierta y hace un frío horrible. Se lleva las manos a la altura boca echa su aliento sobre ellas y las frota.

- Dios, que frío – susurra mientras alza el cuello de su gabardina. Refugia las manos en los bolsillos en un vano intento de mantenerlas calientes, se encoge de hombros y se echa a andar.

Camina lento, con la cabeza mirando hacia el suelo, lleva tantos años viviendo en ese barrio que podría hacer el camino con los ojos cerrados, si le preguntaran sería capaz de decir cuántos chicles hay pegados en los adoquines de la acera desde el casino hasta su casa. De repente se detiene, alza la vista y la gira a su izquierda, se encuentra delante una pequeña juguetería. Es curioso, tantos años pasando por delante de ella y nunca se había fijado. Observa el escaparate, es un escaparate pequeño, de unos dos metros de ancho, lo que más le llama la atención es la granja de playmobil (porque ocupa prácticamente todo el escaparate) pero sin embargo su vista se paró en un juguete situado justo detrás de la granja, a la derecha del escaparate, era el Coche Volvo Happy Family de Barbie, el juguete que tenía que haberle comprado a su hija esa noche, que hubiera comprado si no fuese por ese fatídico 35 negro. Ese número lleva toda la noche persiguiéndole, ¿Cómo pudo ocurrir?, lo tenía todo calculado, 35 negro ese era el número, las estadísticas estaban a su favor, 35 negro, sin embargo …. 21 rojo.

Alzó un poco más la vista y observó dentro de la juguetería, en el interior un hombre trataba de decir entre dos juguetes “Seguramente el dependiente estará intentando que compré el más caro” pensó. Volvió bajar la vista hasta el coche, apoyó la mano derecha en el cristal del escaparate y acercó más la cara hasta que el vaho le impidió ver con nitidez los juguetes. Apartó la mano la guardó en el bolsillo y siguió caminando. Continuó hasta llegar al semáforo. Estaba en rojo.

- Buff – murmuró – Con la suerte que estoy teniendo esta noche, seguro que si cruzo me atropella algún coche, y eso que no ví ninguno desde que salí del casino. El lado bueno es que así le puedo decir a Lorena que me atropellaron y me robaron el juguete de la niña… Joder!! Este frio me está volviendo tonto, hasta hablo sólo.

El semáforo se puso en verde, Diego cruzó, continuó caminando despacio. Normalmente el frío hace que la gente camine más deprisa pero en su caso era todo lo contrario, como si no quisiese llegar a su destino, como si tuvieses miedo a afrontar la realidad, y hasta cierto punto era normal, cualquiera en su lugar tendría miedo, como le explicas a tu mujer que perdiste todo el dinero en el casino, que éstas navidades, al igual que las anteriores, no habría regalos, y lo que es peor, como se lo explicas a una niña de 8 años, ¿Cómo?

Diego continua caminando despacio, parece no temer al frío, si no fuese porque lleva la nariz roja se diría que no lo tiene, bueno, la nariz roja y esa gota que resbala por su nariz y que él se empeña en que no le abandone tirando por ella cada tres o cuatro pasos.

Se vuelve a detener, esta vez está en medio de un puente, se acerca a la barandilla y observa. A unos 15 metros bajo sus pies el río está congelando, lo cual es normal dada la temperatura que hay en la calle. Sobre él unos niños intentan mantener el equilibrio, se les ve tan felices que Diego no puede evitar volver a reírse.

Diego lleva varios minutos inmóvil, con la mirada perdida en el río congelado, sus manos agarradas a una fría barandilla, aunque eso no parece importarle. De repente, alza la pierna derecha por encima de la barandilla, a continuación pasa la otra, se encuentra en el borde del puente, parece que sus manos son las únicas que quieren que no caiga al vacío. Sus ojos empapados en lágrimas muestran el sufrimiento que lleva en su interior.

- Lorena, te mereces a alguien mejor – piensa para sí mismo Diego – No soy tonto, sé que tengo problemas con el juego y que no hago nada para evitarlo. Estarás mejor sin mí, no quiero hacerte sufrir más.

Diego cierra los ojos mientras se inclina hacia delante, el frío viento golpea en su cara, sus manos amoratadas por el frío se empiezan a soltar de la barandilla, poco a poco, como con dudas, sus dedos poco a poco se van resbalando hasta que …… vuelve a agarrarse fuertemente a la barandilla, abre los ojos y grita:

- Nooo, no lo voy a hacer!!!! Puedo cambiar!!! Voy a cambiar!!!!

Mira hacia abajo y ve que todos los niños que antes estaban jugando tan felices ahora están mirando hacia él, estupefactos, asombrados, con cara de no saber si lo que estaba pasando era algún tipo de broma. Diego lanza una carcajada sonora al viento y de un salto pasa al otro lado de la barandilla. Se echa a caminar deprisa, casi corriendo, ahora sí parece que tiene algún motivo para llegar a casa, la expresión de su rostro ha cambiado, ¡¡ni que hubiera salido el 35 negro!!, parece que se había producido uno de esos milagros tan típicos de la época.

Llega a la puerta del portal, sus manos, todavía amoratadas, no aciertan con la cerradura, las acerca a la boca, un poco de aliento y listas para abrir la puerta. Cruza el portal y llega hasta el ascensor, está en el 5º, está tan ansioso que no espera y va por las escaleras, sube los escalones de dos en dos hasta llegar al 2º. Está acalorado así que desabrocha la gabardina, mete la llave en la cerradura y abre la puerta. Retira la llave, y entra. Cierra la puerta y se da la vuelta.

- Ahhhh – grita – Joder que susto me has dado Lorena.

Lorena está de pie, mirando hacia él, con las manos detrás de la espalda , los labios apretados y la mirada fulminante.

- Traes el juguete de la niña – dice con tono serio.

- No – dice Diego – pero deja que te explique.

Lorena retira la mano derecha de detrás de la espalda. Diego observa que con esa mano sujeta firmemente una pistola. Lorena alza el brazo, lo alarga paralelo al suelo, cierra los ojos y retumban cuatro disparos en todo el edificio. Lorena vuelve a abrir los ojos, Diego está frente a ella, apoyado contra puerta, la expresión de su cara es una mezcla entre miedo e incredibilidad, por la comisura de su labio empieza a brotar un hilo de sangre, su jersey a teñirse de rojo mientras su cuerpo va resbalando poco a poco por la puerta hasta acabar sentado en el suelo, con los ojos abiertos, sin vida,. Lorena se gira y ve al fondo del pasillo dos siluetas, la de una niña que agarra del brazo a una mujer. La niña tira del brazo de la mujer hacia abajo y le pregunta

- Tía Ángela, ¿qué le ha hecho mamá a papá?

- Lo ha curado cariño – dice la mujer – lo ha curado.

El brazo que antes sujetaba con fuerza la pistola ahora está tembloroso. Lorena permanece pálida, su cabeza estaba empezando a reflexionar sobre lo que había hecho. Alza la vista, mira a su hermana

- Cuida de Olga – le dice mientras levanta la pistola y la coloca en su sien derecha.

Ángela aprieta a la niña contra su barriga y protege su cabeza con las dos manos, evitando que pueda oír y ver nada, sabe que lo que va ocurrir esa noche la marcará para siempre.

- No lo hagas – solloza Ángela

Vuelve a retumbar otro disparo en el pasillo. En la entrada, a la izquierda de Lorena, sobre la pared, aparece una mancha de sangre, mientras, su cuerpo cae al suelo sin vida, al lado del de su marido.

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