sábado, 22 de noviembre de 2008

La familia Garmendia

Villa de Lor es un pequeña ciudad de menos de veinte mil habitantes situada al Sur de la provincia de León. Desde hace cincuenta años se celebra anualmente por estas fechas la Feria del Libro. En esta ciudad, a diferencia de otras, la Feria ha alcanzado tal magnitud que hace cuatro años fue nombrada fiesta de interés nacional, reuniendo a las plumas más importantes de este país, algunas de ellas de reconocido prestigio internacional. Tal hecho provoca que la clase alta de la ciudad se vista con sus mejores galas y salga a la calle para dejarse ver.

Ya han pasado diez años desde que Gorka Garmendia llegó con su familia a la ciudad desde San Sebastián para ocupar el cargo de Juez de familia. Su adaptación a las costumbres de la ciudad fue rápida y ahora es una de las personas más queridas, no resulta raro verle en actos benéficos, siempre bien acompañado, ya sea por políticos o bien por la clase más acomodada, tales como directores de banco o grandes empresarios, pero siempre gente de gran poder económico y social. Nadie duda que algún día llegue a ocupar el cargo de alcalde.

Son las seis de la tarde, y pese a la amenaza de tormenta, la plaza es un hervidero de gente. En esta fecha la ciudad aumenta considerablemente el número de personas que pasean por sus calles. Gorka viste un traje oscuro, de D&G, lo porta con una elegancia nata en él provocando las miradas indiscretas y un poco lascivas de la mujeres con las que se cruza. Siempre a su lado va Ainhoa, su mujer. Al igual que su marido, su estilo es de una clase exquisita, sobre su fina piel un vestido negro que le permite lucir sus esbeltas piernas. Su cara cubierta por una espesa, pero discreta, capa de maquillaje y sus ojos ocultos, a pesar de las inclemencias del tiempo, bajo unas enormes gafas oscuras. A diferencia de su marido, su presencia provoca recelos y envidas a su paso, algo que a ella parece no importar. A un par de metros por detrás de ellos camina Aichane, su hija de doce años, con la apariencia típica de las niñas de su edad, en cuanto a su carácter, es una niña introvertida, parca en palabras, pese al tiempo que lleva en la ciudad parece no adaptarse, no se le conocen amigas y sus calificaciones del colegio un desastre, para desgracia de sus progenitores.

Caminan lentos a través de toda la algarabía, incapaces de dar más de tres o cuatro pasos sin que el Juez Garmendia se detenga a saludar a alguien. Poco a poco va recorriendo todos los puestos, que van desde la Plaza del Ayuntamiento hasta el fondo de la Calle Vista Alegre, la única calle peatonal de la ciudad. Cuando se disponen a abandonar la Feria alguien para a Gorka agarrándolo por el brazo.

- Buenas tardes Juez – dice el Alcalde Rojo – ¿Ya se va usted? No me diga que no le está agrandando la Feria.

- Al contrario señor Alcalde – contesta educadamente Gorka – Pero mi mujer y mi hija están cansadas. Ya sabe usted que las mujeres no aguantan tantos como nosotros.

Mientras Gorka y alcalde bromean sobre las mujeres y otros temas banales Ainhoa aprovecha para ir saludar a un compañero de trabajo. Se trata de Luis, el enfermero de la Cruz Roja, lugar dónde Ainhoa pasa la mayor parte del día. Trabaja como voluntaria, de manera altruista, lo hace, pese a la oposición de su marido, porque es una mujer muy activa y es incapaz de quedarse todo el día en casa. Gorka, mientras habla con el Alcalde, observa de reojo la charla distendida que está teniendo su mujer con el enfermero.

Por fin consiguen llegar al coche, un BMW M3 Berlina color plateado. El viaje de vuelta a casa se realiza en un sepulcral silencio, roto solo por los estallidos de los globos de chicle que Aichane realiza secuencialmente en el asiento de atrás.

La familia Garmendia vive en una pequeña pero acogedora casa, justo a la salida del pueblo. Es una casa de color amarillo, de planta baja y primer piso, rodeada por un pequeño jardín con una piscina en la parte de atrás y toda ella flanqueada por un muro de metro y medio de altura. Lo primero que uno se encuentra al entrar es un pequeño recibidor con unas escaleras al fondo que dan acceso a la planta superior. Entre el recibidor y las escaleras, a mano izquierda una puerta, tras la cual se halla la cocina. Al otro lado el salón, amplio y acogedor, de decoración rústica. Subiendo las escaleras, a mano derecha el dormitorio de Aichane, decorado con mobiliario juvenil, la pintura de la pared se halla oculta bajo un montón de posters de grupos y actores de moda. Al otro lado del pasillo la habitación principal; según se entra, de frente una puerta que lleva al baño. En el centro de la habitación una amplia cama escoltada a ambos lados por unas mesillas de noche. Al fondo de la habitación una ventana protegida por unas cortinas de seda, entre la ventana y la cama un galán de noche hecho en madera de roble. A los pies de la cama una puerta que da lugar al vestidor.

Al llegar a casa Aichane sube a su habitación y se encierra en ella sin mediar palabra con nadie, como si estuviera enfadada por algo o con alguien. El matrimonio también sube. Ainhoa se sitúa delante del espejo que se halla encima de la cómoda. Se quita las gafas, las coloca en su sitio con sumo cuidado y observa su rostro en el espejo. “el morado empieza a desaparecer” piensa mientras se palpa la mejilla derecha, justo debajo del ojo, comprobando que apenas duele al tacto.

- ¿Quién era el tipo ese con el que estabas hablando? – pregunta Gorka mientras se quita la chaqueta del traje y la coloca con mucho cuidado en el galán.

- ¿Qué tipo? – pregunta Ainhoa mientras se desmaquilla frente al espejo.

- No te hagas la tonta – le replica Gorka a la vez que deshace el nudo de la corbata – El tipo con el que te fuiste a hablar mientras yo estaba con el Alcalde.

- ¿Luis? Es un compañero de trabajo. El enfermero de la Cruz Roja.

- Yaa… ¿Tú te crees que soy tonto? ¡¡Piensas que no me di cuenta de las miraditas que te echaba!! - contesta Gorka elevando la voz con tono de reproche.

- Estás paranoico. No sabes lo que dices – contesta Ainhoa sin prestar demasiada atención a la conversación.

A Gorka no le gusta que su mujer entable conversaciones con otros hombres, y menos en público, cree que eso daña su imagen, que da lugar a rumores. Se acerca a ella muy cabreado, con la mano izquierda la coge por el pelo, y tirando de él inclina la cabeza de Ainhoa hacia atrás.

- No te atrevas a mentirme – le dice al oído – Ninguna zorra se ríe de mí.

- ¡Suéltame! Me haces daño – suplica Ainhoa mientras agarra el brazo de su marido en un intento banal de soltarse.

Gorka alza el puño derecho y le propina un puñetazo en el vientre, después la lanza sobre la cama aprovechando que la tiene agarrada por el pelo. Ainhoa se encoge, colocándose en posición fetal, colocando una mano sobre el estómago y la otra sobre la cabeza para protegerla de posibles golpes que puedan llegar.

- ¡¡Esto te enseñará a respetarme!! – Le grita mientras le asienta otro puñetazo en el costado. Se dirige al galán, coge la chaqueta con mucha rabia, provocando que el galán caiga al suelo y abandona la habitación dando un portazo. Ainhoa queda tumbada en la cama, por sus mejillas corren lágrimas de dolor por los golpes y de rabia por la situación.

Han pasado cuatro horas desde que se produjo la discusión. Gorka todavía no regresó a casa y Ainhoa se dispone a acostarse. Se dirige al baño, busca de entre las cremas una que le sirva para paliar el dolor que tiene en el costado producto del golpe recibido. Se mete en la cama, en el lado izquierdo y se dispone a dormir.

No pasan ni diez minutos desde que se acuesta cuando siente llegar a su marido. Escucha cómo entra en casa, sube las escaleras y se dirige a la habitación, a la habitación de Aichane. Ainhoa no puede reprimir las lágrimas de impotencia porque sabe lo que está pasando en la habitación de enfrente y le falta valor para hacer algo.

Unos treinta y cinco minutos más tarde Gorka regresa a la habitación. Se desviste, colocando con sumo cuidado el traje en el galán y se pone el pijama. Ainhoa cierra los ojos y se hace la dormida mientras su marido se acuesta, la experiencia le ha enseñado qué pasaría si él la encuentra despierta y no quiere volver a pasar por ello. Gorka al meterse en la cama apaga la luz, la habitación no queda totalmente a oscuras, ya que la luz del despertador provoca una penumbra en la que se pueden distinguir los muebles del dormitorio.

Ainhoa está acostada de lado con la mirada clavada en la cómoda. No puede dormir, realmente no recuerda cuando fue la última vez que durmió del tirón. La noche va avanzando y sus ojos empiezan a pesarle, pero ella se esfuerza en que no se cierren, ahora ve la cómoda, ahora sólo oscuridad, … , ahora ve la cómoda, ahora sólo oscuridad, … Cuando Morfeo está a punto de abrazarla y ganar la batalla, Ainhoa vuelve a abrir los ojos, pero ésta vez no es la cómoda lo que ve en la penumbra. Tarda unos segundos en reaccionar hasta que se da cuenta que lo que hay frente a ella es una silueta humana, la de su hija, está frente a ella inmóvil, mirándola fijamente.

- ¿Qué sucede cariño? – susurra para evitar que se despierte su marido, aunque por el sonido de los ronquidos parece algo improbable.

Aichane no dice nada. Bordea la cama por los pies y se sitúa delante de su padre. Ainhoa la observa con cara de incredibilidad. Aichane eleva los brazos lentamente, da la sensación de que se encuentra en trance, como si estuviera sonámbula. En cada mano porta un cuchillo y comienza a acuchillar el cuerpo dormido de su padre, con mucha rabia, como quien golpea un cojín, algo que Aichane había practicado tantas veces con sus muñecas en su habitación. El cuerpo de Gorka parece el de un muñeco de trapo en manos de su hija, sus brazos se agitan al aire sin control. La escena no dura más de diez segundos aunque a Ainhoa, desde su lado de la cama, se le hace eterna, como si durase horas. El cuerpo de Gorka queda inerte sobre la cama, su brazo derecho cuelga hacia afuera, por él empieza a correr un hilo de sangre que baja por el bíceps, pasa por el antebrazo llega a la mano y surca el dedo corazón empezando a gotear. Primero gota a gota, luego con mayor fluidez hasta formar una pequeña cascada de sangre formando un charco, que se extiende como células cancerígenas por todo el suelo.

Ainhoa, cuando consigue reaccionar, se levanta de la cama, la bordea y se dirige donde su hija, que permanece quieta, exhausta, frente a la cama. Ainhoa la abraza fuertemente, su hija no le devuelve el abrazo, solamente deja caer los cuchillos al suelo, su cara pálida ya no refleja la inocencia de una niña de su edad, la ira de su mirada se va apagando paulatinamente.

- No te preocupes cariño – susurra Ainhoa – Tu madre ya se encarga de todo.

Coge a la niña de la mano y se la lleva al cuarto de baño, donde le quita el pijama salpicado por la sangre de su padre. La sienta en la bañera, abre el grifo y enjabona cariñosamente con una esponja a su hija para borrar de su piel las huellas del delito. Cuando lo consigue, coge una toalla y la seca. La lleva a su habitación, le pone un pijama limpio y la mete en la cama. Aichane se deja hacer, parece hipnotizada, su mente permanece en estado de trance, de shock.

- Quédate aquí – le dice su madre – y pase lo que pase no salgas.

Ainhoa abandona la habitación de su hija, cerrando la puerta a su paso. Vuelve al baño de su dormitorio, coge el pijama ensangrentado de su hija y baja las escaleras con él. Se dirige a la cocina. En la cocina hay una puerta que lleva a una habitación a la que denominan el cuarto de la ropa, ya que en ella está la lavadora, la secadora, la tabla de planchar y un tendal. Ainhoa mete el pijama de su hija en la lavadora y la pone en funcionamiento. Se sienta frente a ella, llorando, muy nerviosa, coge una cajetilla de tabaco que hay sobre la secadora y enciende un cigarrillo para intentar calmar los nervios. Espera a que acabe la lavadora, saca el pijama y lo coloca en el tendal en medio de la ropa de la anterior colocada, permaneciendo en un discreto segundo plano.
Vuelve a subir a la habitación, coge los cuchillos y elimina cualquier indicio que pueda culpar a su hija de lo sucedido, limpiándolos con el camisón. Una vez limpios los coge por la empuñadura y aprieta fuertemente, asegurándose de que las huellas que se encuentren sean las suyas. Se agacha, embadurna sus manos con la sangre del suelo y se las pasa por todo el cuerpo. Antes de abandonar la habitación echa un último vistazo a todo: postrado sobre la cama su marido totalmente teñido de rojo, salpicaduras de sangre por la pared y un pequeño charco rojizo en el suelo. Baja las escaleras de nuevo dirigiéndose a la entrada y se coloca frente al teléfono. Inspira muy hondo y expira lentamente, repite la operación un par de vez más. Ya más calmada coge el teléfono y marca: 0 9 1.

- Policía. ¿En qué puedo servirle? – Se oye del otro lado del auricular.

- M…me llamo Ainhoa Etxegaray y acabo de matar a mi marido Gorka Garmendia. El Juez Garmendia – contesta Ainhoa con la voz rota, sin poder evitar las lágrimas.

- No se mueva de ahí señora. Enseguida mandamos una patrulla.

Cuelga el teléfono, se dirige a la puerta de la entrada y la deja entreabierta. Desorientada mira a su alrededor y decide sentarse en los primeros escalones de la escalera. Ahora toca esperar.

La policía no tarda mucho en personarse en la casa, algo muy normal cuando la víctima es una persona de tan importante peso en la sociedad. Entran en la casa, mientras uno de ellos le pone las esposas a la mujer dos más suben al piso para investigar la situación. Mientras, fuera de la casa, periodistas, vecinos y algún que otro cotilla se agolpan tras el cordón policial. Lo allí sucedido es algo tan inusual que nadie quiere perder la oportunidad de decir “Yo estuve allí”.

Unos minutos más tarde la policía saca esposada a Ainhoa, que es recibida entre insultos y gritos de asesina, y la meten en un coche patrulla. Tras ellos una agente social abandona la casa con Aichane, su rostro va cubierto para evitar ser la portada del morbo de todos los medios de comunicación. Una vez que la policía abandona la casa y sus alrededores un periodista aprovecha para entrevistar a Doña María, una señora de unos sesenta años vecina de los Garmendia:

- ¿Qué cree que ha sucedido aquí está noche?

- Era algo que se veía venir – contesta la señora.

- ¿Qué quiere decir? – vuelve a preguntar el periodista.

- Esa señora es una fresca – responde indignada Doña María - En el barrio se comenta que estaba liada con un médico del lugar ese donde trabaja.

- ¿La Cruz Roja? – Interrumpe el periodista.

- Sí, eso. Su marido debió descubrirlos y ella se lo quitó del medio. Era un gran hombre – continua diciendo con los ojos llorosos – No se merecía esto. Lo daba todo por esta comunidad y además se desvivía por ella, y así se lo paga. ¡¡Ojalá se pudra en la cárcel!!

- Gracias señora.

“De lo que ves créete la mitad, de lo que no ves no te creas nada” – Doble V

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